miércoles, septiembre 1

Ensayo: La liberación de la Soledad y las Princesas



Caminando al borde de un parque, cerca de la media noche, con la luna mirándome tras las nubes sigilosamente... Escucho un ruido detrás, me volteo. Nada. Se acelera mi respiración. Suspiro. Me doy vuelta y una niña, de apenas unos siete años se aferra a mi pierna. Escucho pasos pesados. Giro de nuevo, y un sujeto, al parecer salido de un torneo de Sumo, se acerca gritando el nombre de la pequeña. La pongo detrás de mí.

De un golpe en el estómago hace que todo para mí tenga un sabor a morado... Apenas puedo respirar.... Cuando logro enfocar mi vista de nuevo, la niña está llorando en los brazos de su tío, que al parecer llegó hace poco, el coloso, que resulta ser su padre borracho, sigue vociferando contra la pequeña, porque aparentemente se alejó de él... (sé que la niña se asustó por verlo así... sé que la golpeaba) Y alguien está a mi lado pidiéndome disculpas por lo ocurrido.

Me levanto sin decir nada, sólo me alejo en silencio, pues sé que no hice más que empeorar las cosas para la pequeña... Mientras sigo caminando, la luna me susurra: "Tienes cierto talento para encontrarte con princesas, ¿verdad?"

Sonrío por la ironía.

Y resulta que conforme pasa el tiempo, siguen apareciendo en mi camino, niñas (de todas las edades) que tienen desgracias (o desgraciados) que no merecen.

Un profesor mío decía: "Nos construimos al estar frente al otro." ¿Pero qué pasa, cuando colocamos al otro íntegro, como parte de nosotros? Cuando nos volvemos incapaces de ver por nosotros mismos, y todos nuestros actos aparecen tiznados por el color de otra persona. ¿Qué pasa cuando olvidamos que lo más importante para nosotros, debe ser... Uno mismo? Y es que por más que se ame a otro, si el sentimiento es recíproco, debo ser "YO" lo más importante para mí... pues si de verdad se ama al otro, lo último que se quiere, es hacerle daño, por haberse descuidado uno mismo.

Nadie quiere ver a su amado pintor sin pintar, porque tiene miedo de crear algo que no le guste a su pareja, ¿verdad?

Es cierto, que un detalle, un gesto, una palabra, pueden hacer que nos perdamos en un mar de amores; pero eso, dura unos pocos minutos. Un peluche, una lágrima, un poema, un condón. Todo se acaba al tiempo. ¿Y eso es lo que nos hace amar a alguien? Con razón el amor también se acaba. ¿Puede una carta de amor, a letra y alma de poeta, borrar una mentira descarada? ¿Entonces por qué perdonamos que nos engañen con tal de que al día siguiente nos pidan disculpas con chocolates?

Todos merecen una segunda oportunidad. SI. ¿Pero debemos seguir perdonando cuando ya vamos por la decimo tercera oportunidad? Basta. Saber decirlo, es parte de quererse uno mismo.

Es común escuchar "Ay esque es tan lindo y detallista..." Y sin embargo suena tan falso, cuando la frase anterior fue: "El desgraciado fue a la fiesta con ESA y me descoló."

Tenerle miedo a la soledad, o tener la necesidad de sentirse acompañado, ¿de verdad vale todos los golpes que debemos recibir si forzamos una relación que ha perdido ya su encanto? ¿No nos duele más, acaso, el soportar todas las "canalladas" que nos hace "ese/a desgraciado/a" que el conllevar la "soledad"? ¿Es que nos han hecho creer que el cuento del príncipe azul es tan absurdo, que ahora nos contentamos con cualquier remedo de paje que aparece por ahí y sabe calentar orejas (o cuerpos)? Y peor aún... ¿que encima de todo nos obligamos a quedarnos junto a ellos?

Qué tal si no fuera tan descabellado el cuentito, sino que nosotros mismos, en nuestro afán de "no estar solos" perdimos a nuestro príncipe/sa azul (o lo ignoramos) porque estábamos muy ocupados intentando sacar a flote un barco hundido. (?)

Propongo entonces la liberación de la soledad y las princesas. Propongo entonces que terminemos (con lo que sea necesario) y dejemos de remar por un bote que encalló en la arena. Bajémonos, y busquemos una historia que nos guste. Pues la soledad no es mala, es una preparación para pasar la vida acompañados; quién sabe, talvez estando sólo uno aprende a pintar, coser, tocar el charango eléctrico, albañilería... o a escribir... y al tiempo descubre que ese talento, que paso a SOLAS afinando... es el medio para hallar, y rescatar a su niña princesa. Entonces uno deja de estar sólo, y se da cuenta, que no va a estarlo nunca más.

Pero para ello hay que empezar por algo, aún si eso significa, terminar con otra (u otro). Entonces se debe que sopesar si "lo que damos" en una relación es recíproco y equivalente a "lo que recibimos", no en el momento, no un 1:1, sino a la larga. Vale la pena detenernos a pensar, si podemos estar seguros, de que el viajar todos los días casi cuatro horas, por estar 40 minutos más con ella, es algo que hacemos con la seguridad de que ella, un día, va a viajar también una cantidad ridícula de tiempo sólo para visitarnos en la universidad.

Entonces uno se da cuenta de que sólo vale la pena entregarse, cuando los dos lo hacen al mismo tiempo.

Propongo entonces la liberación de la soledad y las princesas... Pues las utopías no existen, porque quien se lo propone, puede construirlas como quiera.

De ustedes muy atentamente,



Joshua P. Aguayo.

Secuaces