jueves, noviembre 4

Cuento: Rutina

Ha pasado algún tiempo desde que escribí un cuento como este. Bastante falta me hacía ya. La verdad es que he estado algo atareado y en ese aspecto, se me hace más fácil escribir un ensayo, que escribir un cuento, pues si un ensayo es una hoja, un cuento mío es como una cebolla y cada capa debe encajar perfecto con la siguiente. En parte es el mismo motivo por el que no he puesto nada no-literario aquí, y es que tengo un gran artículo no artísitico planeado, pero nunca encuentro tiempo para hacerlo.

Por otro lado, tengo una serie de cuentos para niños (de cuerpo o corazón) que probablmente pondré aquí la siguiente semana, un cuento conceptual, que pienso poner también en otro post (talvez a media semana) que requiere su propia expicación para ser entendido.

Espero hallar tiempo en estos días para hacer aquellas dos cosas, pero por ahora, quiero compartir este cuento, y quisiera leer algún comentario al respecto, desde cualquier punto de vista, probé varias cosas nuevas en él y además tiene un mensaje algo más sólido, por lo cual quiero ver qué respuesta tiene. El nombre es Rutina y... bueno, aquí está, espero que les agradé, y más que nada, que lo entiendan.

Rutina

- ¡NO! No quiero. No me dejes solo. No solo. Por favor... Por favor... No quiero estar solo...

Despertó.

Sudaba frío y respiraba pesadamente. Su corazón acelerado... Se detuvo un segundo a sentir como golpeaba en su pecho. Un. Dos. Uno, Dos. Uno... dos... Se calmó y abrió los ojos de nuevo. En el fondo esa melodía instrumental aburrida de la radio. El dolor en su cuello que no se iba nunca le hizo esforzarse al ponerse de pie. El espejo amarillento y las cortinas cerradas; todo adornado por ese extraño olor a... mañana. (?)

Entonces comenzaba su rutina de hacer lo mismo siempre. Desayunar, mojarse el rostro, lavarse la los dientes... Y en ese instante, en ese miserable instante cada día, dejaba de ser él mismo.

Empieza con su disfraz; en su cabello la máscara monocromática, peinado de hongo y gorra yankee encima. Ahora va la túnica de colores artificiales que esconde los suyos propios, camiseta seis tallas más grandes que él, robada a su hermano, el pantalón cortado en la cintura para que se caiga y los sneakers blancos, lo único pulcro que lleva encima.

Ahora falta sólo la coreografía, los movimientos serializados y copiados. Brazos abiertos como gorila, cabecear todo el tiempo, caminar lento y sacudiendo las manos cual mafioso con parkinson.

Ya está listo, disfrazado, igualado y memorizado todo el cancionario de música que detesta, tras torturarse oyendo una y otra vez aquellos ruidos que odia, hasta caer dormido casi sordo. Pues sólo así se aprende. Ya está listo para salir. Ya está listo para fingir; baja las gradas, mira a su madre, la ve llorar por dentro...

- A mí tampoco me gusta mamá, lo odio, me duele. Pero no quiero estar sólo, así tengo amigos, los amigos del disfraz, los amigos de está música que me lastima los oídos, los amigos de esa ropa que me hace sentir desnudo, ridículo... A mí tampoco me gusta mamá...

La mira con asco fingido y sigue su camino a la calle, abre la puerta y se congela; olvida lo más importante. Sube corriendo a su habitación, ve los fantasmas de lo que alguna vez fue. Los posters en la basura, los libros escondidos bajo la cama, el escritorio con la computadora que vendió para comprarse esa ropa...

Olvida lo más importante. Lo busca. Debe apurarse. Sus amigos lo esperan. Abre su cajón. Los condones aún nuevos. 

- Y tú chamo, ¿ya te comiste a esa hembrita? -recuerda en voz de sus amigos-

- Mi amor... -recuerda para sí en silencio- Mi amor dejó de ser mio cuando cambié; ella me amaba a mí y no al disfraz... Se fue cuando se vio sola... A mí tampoco me gusto María, yo tampoco me amo.... Yo tampoco hallo manera de vivir con este disfraz...

- ¡Básico! ¡A diario! -responde para sus amigos-

No está. Mira bajo la cama y no encuentra lo que buscaba. El blin blin. Se pone al cuello una L dorada. Un contenedor para las lágrimas que oculta tras el disfraz. Tras el look arrecho. Las lágrimas que corren por su alma y no permite aflorar, para esas lágrimas es el blin blin, para ocultar lo que escapa, para sellar el disfraz..., para tener amigos y no estar solo, para que no lo dejen solo... para no tener que rogar más... Quiere encontrarlo, tiene que encontrarlo, para no despertar...

Solo entre muchos.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

no había pensado en que aún sin tratar de pertenecer a un grupo determinado iniciamos cada día preparándonos para parecer algo, lo seamos o no lo seamos; al parecer todos tenemos una presencia que mantener... me llevaste a una reflexión interesante XD‎

Anónimo dijo...

Lo peor esque nadie se salva de la mascara, porque ser tu mismo es malvisto... pero, al final, todos somos extremadamente raros, no deberiamos sentirnos tan solos todo el tiempo porque no lo estamos. Deberiamos haber aprendido ya que los seres mas raros y muchas veces psicopatas son los mas apreciados y recordados a lo largo de la historia - los que tienen el minimo valor de mostrar la mitad de su cara

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