Dicen que un cuento es a la vez un lujo y una condena; lujo de aquellos que lo leen, y encuentran en él un instante del tiempo capturado en palabras; condena de aquellos personajes, que forzados por la voluntad del escritor, se ven obligados a repetir una y otra vez su historia, a veces de alegría, a veces de tristeza.
Sin embargo, a los ojos de un niño, por alguna extraña magia termporal, se ve todo diferente, no hay condenas ni lujos, esas son cosas de adultos; hay el bueno, el malo, la bonita, la celosa, el genio, el cobarde y demás arquetipos que configuran nuestra vida. Hay cierta magia sublime en cada cosa que ocurre frente a los ojos de un niño, magia que se queda con cada uno conforme crece; entonces lo difícil es, encontrarla de nuevo dentro de nosotros. Picasso dijo: "Cada niño es un artista, el problema es, cómo seguir siendo un artista cuando crecemos." Y precisamente es por ello (o ellos más bien) que escribí los cuatro cuentos que están a continuación. Cuentos que no son realmente para niños, sino para "personas" y que se muestran de una u otra manera, según lo lea un niño, un adolescente o un adulto. A los unos les recuerda que no deben dejar de soñar, a los otros, espera despertarlos del trance mecánico de la sociedad que los minimiza, a los últimos, intenta devolverles algo de la magia, que hace tanto perdieron... Por ello, estan a continuación, (sin ningún orden en particular, a excepción del primero) una serie de cuentos que hablan, de una niña princesa y su caballero.
Por la extensión de los cuentos sólo voy a publicar aquí el primero, para los otros tres están los enlaces en la barra en la parte izquierda del blog.
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La Princesita
Erase una vez un reino muy muy lejano. Era pequeño y de casas blancas, tenía calles amplias y plantaciones extensas en las afueras.
En la parte más poblada de la ciudad, se levantaba un gran castillo, adornado de cientos de espejos y con varias torres sumamente altas. En él vivían la Reina de la Razón, el Rey y su hija, la dulce Niña Princesa.
Un día, los reyes dejaron el castillo para ir en un largo largo viaje y la Niña Princesa, quedó a cargo de todo.

Las reglas debían seguirse...
Un día; llegó un viajero al reino, y al poco tiempo de estar ahí, comenzó a cambiar las cosas, o, como dirían los reyes, “a romper las reglas”.
Sacó a los niños de la escuela y comenzó a contarles sobre las criaturas fantásticas que había visto, sobre la magia, que había aprendido con hechiceros de muy lejos.
Detuvo a los hombres que trabajaban y les contó historias de un país de mujeres hermosas, que hipnotizaban a los hombres con sus cabelleras doradas. Les contó que en esa tierra, los hombres trabajaban para ser felices y no para ser ricos. Les explicó, que no es lo mismo.
Hizo que las mujeres dejaran de hacer sus labores y les habló de un lugar donde los niños nunca crecen, y donde las madres, son más que nada, una amiga más de sus hijas, una compañera más para jugar. De un lugar donde las personas nunca dejan de soñar y nadie cuenta cuentos, pero no porque no quieran, sino porque todos creen en el cuento que están viviendo y cada uno hace su final.
Contó historias a todos; niños y niñas, grandes y chiquitos. Les contó cuentos, les contó sueños, esperando que aprendieran a soñar despiertos.
Un día, la princesa se dio cuenta que el reino perfecto que habían hecho sus padres en base a reglas y al trabajo de cada uno, empezaba a volverse lento, las cosas se demoraban y nadie corría de un lugar a otro como siempre.
Entonces la niña salió al balcón en la torre más alta, e intentando encontrar el origen de lo “malo”, al mirar hacia abajo, lo primero que encontró, fue que el reino, que siempre estaba callado y pensativo, hoy era... diferente. El viento estaba cargado de suspiros, de risas, de juegos, de cantos y rimas. La niña sonrió sin querer... Recodó que también hace mucho tiempo nadie había venido a su corte a rogar... Sin embargo, aún si todos parecían ser felices, la Niña Princesa empezaba a preocuparse por lo que dirían sus padres al encontrar como estaba el reino, así que hizo llamar al extraño que contaba historias.
Cuando llegó al cuarto del trono, aún en sus ropas de viajero, la Niña Princesa rompió en risas, se veía muy divertido y tenía una mirada alegre.
Después de presentarse y hablar un poco, la Princesa empezó a cuestionarse sobre el porqué había venido el viajero, así que le preguntó con su pequeña vocecita:
- “Hey viajero... ¿Has estado en lugares muy muy lejanos verdad?
- Sí. -respondió con la mirada a lo lejos y una sonrisa- He visto muchos reinos y muchos niños.
- ¿Y qué te parece el mío? -preguntó alegremente la Princesa-
- Es uno de los más bonitos que he visto.
La Niña se detuvo un segundo, mirando fijamente a los ojos del viajero.
- ¿Pero? -le invitó a continuar-
- ¿ Pero qué? -le regresó acercándose a ella-
- Sí... Yo sé que le falta algo a este reino... pero no sé qué... No me siento bien... ¿Tú sabes qué es lo que falta verdad?
- Ah... -respondió vagamente- Le faltan sueños.
- ¿Sueños?
- Sí princesa. A su reino el falta ser niño como usted.
- Niño... -la Princesa entendía a medias- ¿Por eso viniste a contarnos cuentos?
Él asintió.
- ¿Pero por qué? -regresó la Niña-
- Porque necesitaban alguien que los salve.
La Princesa se enojó mucho, creyendo que acusaba a sus padres de algo y agregó furiosa:
- ¡Mi reino no necesita un salvador!
- No al pueblo Princesa... -susurraba- a usted.... A sus sueños.
- ¿A mí? -ensanchó sus ojos-
- Pero usted ya sabe reír y soñar; ya sabe ser justa de corazón, pero el pueblo, el pueblo no lo sabía; porque las reglas fueron hechas para que no lo sepan. Las reglas están ahí para que todo funcione, pero nadie sea feliz. Sin embargo, las reglas fueron hechas para adultos y escapar de ellas es tan fácil, como volver a ser niños. Por eso vine a contar cuentos, para que la gente recordara y empezara a romper las reglas.
- Viniste a salvarme... -repitió mirándolo como a un héroe-
- Me quedé aquí para que sigas siendo una Princesa Niña, porque si tú sueñas sola, no pasa nada, pero cuando tus sueños van más allá y tocan al resto, pueden cambiarlo todo, y hacer de tu reino, un gran sueño.
- Pero yo no sé cómo contar cuentos... Yo no sé hacer grandes las cosas.
- Yo sí... -le respondió extendiéndole su mano-
La Princesa, ese día, en ese momento y bajo su sonrisa, decidió nombrar al viajero, el más noble de sus caballeros y le dio un lugar junto al trono. Desde ahí se sentaba siempre a cuidar a la Niña, a enseñarle a soñar y a cambiar su mundito.
Y así es como la Princesa empezó a hacer feliz al reino y a ella misma. Desde ese día hizo lo que quería, aprendió a seguir su corazón, dejó de llorar a solas, pudo mirar a los ojos a quienes venían a visitarla, porque venían alegres, venían contando historias, venían a vivir historias.
Fue así como poco a poco, el reino del silencio, se tornó en una tierra de sueños y cuentos, donde incluso los más viejos, hacían niñerías de vez en cuando.
Por eso la princesa, ahora veía sonriente desde su torre más alta, como todos jugaban como niños... A veces... cuando ella misma tenía ganas de jugar, miraba adentro, donde estaba su caballero y se preguntaba entre risitas, si algún día, sería él, su Príncipe Caballero... Aunque ya estaba segura, de que serían felices por siempre.
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"Juramento a la princesa"
"El ataque de los Nupies"
"El ataque de los Nupies"
"Ay que linda Vaca"
Por ahora no tengo mucho más que añadir, en un post posterior publicaré otros cuentos ( ya no infantiles >.> ) Y más que nada, una corta historia (sin mucho sentido por el momento) que busca convertirse un un libro. Ya veremos que sale de eso. Con cariño me despido,
Josh.
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