lunes, octubre 3

Sólo miraba por la ventana

Sólo miraba por la ventana

Es interesante cómo la gente tiende a ignorar las propiedades acústicas de los lugares en que habla, y es que una simple curvatura en el techo, o quizá esa entrada en la pared, hace que el sonido de sus voces llegue a lugares que apenas e imaginan. Precisamente este lugar donde me siento ahora cada tarde es uno de esos refugios de la voz, donde los ecos se esconden intentando escapar después de ser liberados. Desde aquí puedo ver claramente el rostro de quien habla y además puedo escuchar con increíble claridad sus susurros, aunque esté a varios metros de distancia. Ni siquiera necesito mirar en su dirección, basta con que siga fingiendo tener el pensamiento clavado afuera de la ventana...

¡Ahí va la Lucy! Ah... Si el José supiera que ya está soltera de nuevo, talvez no hubiera hablado tan mal de ella el otro día; y al contrario, hubiera escrito esa poesía que hace en secreto, para ella.

El único inconveniente de escuchar desde aquí, es que a veces no puedo ver el cuerpo de quien habla según la posición en que se pongan los dos conversantes; al principio pensé que no importaba, pero con el tiempo noté que las palabras son más caprichosas de lo que yo creía; ¡pues hay veces que engañan incluso a su dueño!
Ah... pero el cuerpo no. El cuerpo dice siempre la verdad, ¿no? El problema es cuando tambien queremos decir algo con el cuerpo, con esa pintura innata que todos tenemos. Y es que los seres humanos somos libros y cuadros andantes a la vez...

¡Vele! ¡Vele! Ahi está el Manuelito, tan inocente él atrás de la Julia que no es ninguna santa. Vengan vengan más acá para poder oírles. ¡Ahí! Perfecto...

Decía que las personas, con sus palabras de mil colores, pintan sentimientos, ideas, cosas que están ahí para los ojos de la mente y no para los del cuerpo. Están conscientes de que sus ojos pueden ver lo que otros no y con sus sórdidas palabras tratan de mostrar esos paisajes que nadie más ve; eso si es que no están intentando enseñar a los demás a mirar como ellos... Y sin embargo, al final del día se esfuerzan incesantemente por hacer que el recuerdo que queda después de las palabras leídas, se parezca a un recuerdo dejado por imágenes vistas. Vaya afanosos...

Y están también este otro tipo de personas, que en cambio, con su mastería de las manos y el cuerpo, toman colores y formas de donde no las hay para hacer fantásticas escenas, tratando de completarlas de tal manera, que en ese cuadro estático, el tiempo se comprima y se muestre al tiempo una miriada de instantes. Pero ellos también, insatisfechos por quién sabe qué con lo que han hecho, buscan incluir en su obra, ideas y sentimientos que deben ser percibidos no por los ojos, sino por el alma y esperan que sea ello lo que perdure.

Ahorita le veo al Manuelito tartamudeando, intentando construir una historia que le conquiste a la Julia y al mismo tiempo moviéndose de manera forzada, tratando de mostrar con su cuerpo lo que no és; y me pregunto, si tuviera que pintar un cuadro de él y su vida, ¿podría mostrar con colores y formas como él percibe su propia miseria? o si tuviera que escribir una historia, ¿podría con palabras explicar la fragilidad de su cuerpo como Julia la ve?

Y es que este juego de lo que uno muestra o no muestra, no depende de lo que el resto puede ver, sino de le que uno mismo es capáz de percibir, de ahí, a cómo saque eso al exterior, depende ya de sus propias limitaciones. Digo esto, por esas personas como yo que pueden verlo y escucharlo todo en secreto desde una ventana, pero por maldita venganza del destino, no puede decírselo a nadie, porque nadie lo entiende, ni pintárselo a nadie, porque no ve como ven el resto...

Ah, ahí viene doña Rosita, la señora regordeta y bonachona que me cuida. Ella es la única a quien no tengo que escucharla a escondidas, y es que cuando se fueron sus hijos, se compró un gato, y cada tarde a esta misma hora, se sienta a comer con él en las piernas y le cuenta las historias del presente y del pasado. El marido que le pegaba, los hijos que siempre le acompañaron, la vecina que está en cinta...

- Ven, ven gatito, gatito. -me dice.

Ya voy doña Rosita, déjeme acabar de escuchar, que el Julián ya mismo le dice que le quiere que le ama y ella le dice que tiene novio.

¡Ay suelteme Rosita no ve qué aún no terminan!

- Gatito lindo. -me dice acariciandome la cabeza-

Gracias señora... pero... Que rico se siente que a uno le rasquen debajo de la barbilla.

- ¿Por qué será que te gusta tanto ver la ciudad desde esa ventana? -pregunta para nadie- Te pasas todo el día ahí, gatito. Si fueras como el hijo mío, ya le hubieras hecho un cuadro. -se ríe, recordando el pasado.


Joshua P. Aguayo

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